LA CRISTIANDAD EN ORIENTE. LA IGLESIA ORTODOXA

Como es sabido, el Imperio Romano fue dividido en Imperio de Oriente e Imperio de Occidente. Cuando las invasiones bárbaras acabaron con el Imperio de Occidente, se mantuvo el Imperio de Oriente, con capital en Constantinopla.

Las iglesias orientales tuvieron un gran peso en el cristianismo primitivo: todos los concilios ecuménicos de los primeros siglos se celebraron en ciudades del Imperio de Oriente (Nicea, Constantinopla, Éfeso, Calcedonia, etc.). Además, existían una serie de diócesis a las que la Iglesia concedía una importancia especial, los llamados patriarcados. Pues bien, excepto uno (Roma), todos los demás (Constantinopla, Jerusalén, Antioquía y Alejandría) se hallaban en Oriente.

La Iglesia oriental nunca admitió la pretensión del obispo de Roma (el Papa) de ostentar la autoridad sobre toda la Iglesia. Además, con el traslado de la capital del Imperio a Constantinopla, el patriarca de esta ciudad pretendió (y, de alguna forma, consiguió) que se le reconociera una función en Oriente similar a la que el obispo de Roma ejercía en Occidente.

Las diferentes costumbres de orientales y occidentales, así como los conflictos de jurisdicción entre los papas y los patriarcas de Constantinopla, hacen que la separación se haga cada vez mayor y de vez en cuando estalle en forma de ruptura o cisma.

Una primera separación se produjo en el siglo IX, siendo patriarca de Constantinopla Focio; en esa ocasión, sin embargo, la unidad de las iglesias fue recuperada posteriormente.

La ruptura definitiva tuvo lugar en el año 1054, a causa de la mala comprensión mutua entre el legado del papa y el patriarca Miguel Cerulario. Esta ruptura se conoce con el nombre de Cisma de Oriente.

Como pretexto dogmático se usó la cuestión del Filioque (una palabra añadida al credo por los occidentales), además de algunas discrepancias sobre las fechas de celebración de las fiestas cristianas más importantes (Navidad y Pascua), pero debemos pensar más bien que la verdadera causa de la ruptura fue la larga historia de incomprensiones, hostilidades y conflictos entre lo que hasta ahora no eran más que dos partes de una misma Iglesia.

La denominación de ortodoxa que se dio a sí misma la Iglesia de Oriente destaca la pretensión de fidelidad a los ritos y costumbres tradicionales, al tiempo que se acusaba a los occidentales de poco respetuosos con la tradición. De hecho, uno de los rasgos característicos del cristianismo ortodoxo hasta nuestros días ha sido su escasa afición a las innovaciones tanto teológicas como litúrgicas.

 

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